KABUL, Afganistán (AP) — Frozan Ahmadzai es una de las 200.000 mujeres afganas que tienen permiso de los talibanes para trabajar. Debería haberse graduado de la universidad este año para cumplir su sueño de convertirse en médica, pero los talibanes les han prohibido a las mujeres acceder a la educación superior y las han excluido de muchos empleos.
Ahora, en lugar de suturar, cose en un sótano de Kabul. En lugar de administrar medicamentos, prepara encurtidos.
La mitad de la población de Afganistán se encuentra ahora privada de la libertad de trabajar en un momento en que la economía del país está peor que nunca.
Todavía quedan pocos trabajos disponibles para las mujeres, como la costura y la preparación de alimentos, que Ahmadzai, de 33 años, hace ahora junto con otras mujeres que alguna vez fueron maestras o aspiraban a serlo.
La participación de las mujeres en la fuerza laboral en Afganistán, siempre limitada por creencias culturales conservadoras, era del 14,8% en 2021, antes de que los talibanes tomaran el poder e impusieran duras restricciones a las mujeres y las niñas, entre ellas la prohibición de la educación femenina más allá del sexto grado, la prohibición de que las mujeres accedan a espacios públicos como parques y la aplicación de códigos de vestimenta.
La participación de las mujeres en la fuerza laboral se redujo al 4,8% en 2023, según datos del Banco Mundial.
Los ojos de Ahmadzai brillan cuando habla de la nueva realidad de las mujeres afganas. “Solo buscamos una forma de escapar”, dice, refiriéndose al trabajo en el sótano. Es un paso, al menos, más allá del confinamiento en casa.
Pero los beneficios son escasos para ella y sus 50 compañeros del colectivo. En un buen mes, los negocios de elaboración de encurtidos y sastrería generan unos 30.000 afganis (426 dólares).
Las mujeres también tienen otras quejas que son familiares para cualquiera en Afganistán: las facturas del alquiler y de los servicios públicos son elevadas, las máquinas de coser son anticuadas, el suministro eléctrico es irregular, los comerciantes locales no las compensan de manera justa y no reciben apoyo de los bancos ni de las autoridades locales para ayudar a que sus negocios crezcan.
El solo hecho de obtener permiso de los talibanes para trabajar es un desafío para las mujeres, aunque según las leyes laborales afganas, el proceso para obtener permisos de trabajo debería ser el mismo para ambos sexos.
El ministerio encargado de expedir permisos ha prohibido el acceso de mujeres a sus instalaciones y ha instalado una oficina exclusiva para ellas en otro lugar. El objetivo es “acelerar y facilitar las cosas” para las mujeres, según ha declarado un portavoz del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, Samiullah Ebrahimi.
Allí, las mujeres presentan sus documentos, que incluyen su documento nacional de identidad, una carta de presentación y un certificado de salud de una clínica privada. Eso suponiendo que tengan los documentos junto con el dinero para cubrir los gastos. También supone que pueden moverse sin ser acosadas si no están acompañadas por un tutor masculino.
El año pasado, una alta funcionaria de las Naciones Unidas dijo que Afganistán se había convertido en el país más represivo del mundo para las mujeres y las niñas. Roza Otunbayeva, jefa de la misión política de la ONU en Afganistán, dijo que si bien el país necesitaba recuperarse de décadas de guerra, la mitad de sus potenciales médicos, científicos, periodistas y políticos estaban “encerrados en sus casas, sus sueños aplastados y sus talentos confiscados”.
Los talibanes tienen una visión diferente. Han intentado proporcionar a las mujeres un entorno de trabajo “seguro, protegido y separado” en consonancia con los valores islámicos y las tradiciones afganas en sectores donde se necesita trabajo femenino, según el portavoz del ministerio Ebrahimi. Pueden trabajar en el comercio minorista o en la hostelería, pero debe ser un entorno exclusivamente femenino.
Dijo que las mujeres no necesitan títulos para la mayoría de los trabajos permitidos, incluidos la limpieza, el control de seguridad, la artesanía, la agricultura, la sastrería o la fabricación de alimentos.
Es desgarrador para Ahmadzai y sus colegas ver que su experiencia no se aprovecha. Varias también se estaban formando para ser maquilladoras, pero los salones de belleza han cerrado.
Todavía quedan algunos puestos de trabajo para mujeres en el ámbito de la educación y la atención sanitaria, por lo que Ahmadzai ha optado por cursar una carrera de enfermería y obstetricia para poder convertirse en profesional de la medicina, pero no en doctora. Los talibanes no quieren más doctoras.
Los desafíos que enfrentan las mujeres afganas para obedecer los edictos de los talibanes y al mismo tiempo ayudar a sustentar a sus familias mientras las condiciones de vida empeoran suponen una tensión para la salud, incluida la salud mental.
Ahmadzai dijo que uno de los pocos aspectos positivos de su trabajo en el sótano de Kabul es la camaradería y el sistema de apoyo que hay allí.
“Hoy en día, todas las mujeres afganas tienen el mismo papel en la sociedad. Se quedan en casa, cuidan de los niños, se ocupan de la casa y no trabajan duro”, afirmó. “Si mi familia no me animara, no estaría aquí. Me apoyan porque trabajo. Mi marido está desempleado y tengo niños pequeños”.
Salma Yusufzai, directora de la Cámara de Comercio e Industria de Mujeres de Afganistán, reconoció que trabajar bajo el régimen talibán es un desafío.
La cámara tiene casi 10.000 miembros, pero la falta de representación femenina dentro de la administración controlada por los talibanes es un desafío.
Yusufzai dijo que la cámara apoya a las mujeres brindándoles una plataforma en los mercados locales y conectándolas con la comunidad internacional para participar en exposiciones en el extranjero y otras oportunidades.
Entre los miembros de la Cámara se encuentran importantes industrias afganas, como la fabricación de alfombras y la de frutos secos. Los negocios son propiedad de hombres, pero se mantienen en pie gracias a las mujeres que quieren apoyar la economía, que, según ella, se derrumbaría sin ellas.
Reconoció que el trabajo limitado de la cámara sólo fue posible gracias al compromiso con los talibanes: “Si cierro la puerta, no pasará nada, no quedará nada”.
Yusufzai tenía tres negocios de piedras preciosas y los abandonó por su función en la Cámara. Pero, de todos modos, no puede poseerlos bajo el régimen talibán, por lo que los negocios están a nombre de su marido.
“Como vivimos en este país, tenemos que seguir las reglas”, dijo con una sonrisa tensa.
“De la nada es mejor tener algo.”