LA PAZ, Bolivia (AP) — Un plan para dar un golpe de Estado contra el presidente de Bolivia no era lo que esperaba el general Tomás Peña y Lillo cuando ingresó al cuartel general militar en La Paz el miércoles pasado.
El líder de los militares retirados de Bolivia dijo que se sorprendió al recibir una llamada esa mañana del jefe del ejército, general Juan José Zúñiga, con una solicitud para presentarse para conversaciones sobre cómo defender a los soldados encarcelados.
Era una reunión muy codiciada, por lo que se apresuró a ir y encontró a Zúñiga rodeado de oficiales que le pedían ayuda para “defender la democracia”. Peña y Lillo afirma que se negó, pero los tanques ya salían del cuartel rumbo al palacio presidencial.
“Es una tragicomedia”, dijo Peña y Lillo, ahora prófugo y buscado por su participación en el presunto intento de golpe, a The Associated Press por teléfono desde un lugar no revelado.
Como muchos bolivianos, dijo que le costó reconstruir la historia, recordando cómo “se había hablado mucho en el ejército de que (el presidente boliviano Luis) Arce entregaría el gobierno a Zúñiga” mientras las protestas sacudían el país por la escasez de dólares y combustible.
Los comentarios del general retirado marcan otro giro surrealista en los esfuerzos del país por establecer los hechos de lo que sucedió el 26 de junio, cuando las fuerzas militares irrumpieron en el centro de La Paz, sorprendiendo al país y generando oleadas de rumores que iban de lo mundano a lo absurdo.
Una semana después de la supuesta rebelión que sacudió al país sudamericano que ha sido testigo de no menos de 190 golpes de estado desde su independencia en 1825, los bolivianos que pensaban que lo habían visto todo dicen que nunca han estado más confundidos.
“Esto es tan extraño, tan increíble”, dijo Marcia Tiñini, una maestra de 58 años de La Paz. “Primero creí en el gobierno y me sentí solidaria, pero ahora no sé qué decir”.
Cuando Zúñiga y su enjambre de vehículos blindados desaparecieron de la plaza principal de la capital después de tres horas de disturbios, el presidente Arce saludó la retirada como una victoria democrática. Los bolivianos se manifestaron para denunciar el intento de golpe y, por un momento, pareció que el tumulto podría unir a la polarizada nación.
Pero en cuestión de horas, la conversación en Bolivia giró hacia si se había producido o no un golpe de Estado.
Antes de ser encarcelado, Zúñiga afirmó que su motín era una farsa urdida por el presidente Arce para desviar la atención de una economía en crisis y una amarga batalla política con su ex mentor, el ex presidente Evo Morales. Arce niega rotundamente las acusaciones, que siguen sin estar fundamentadas.
Los bolivianos diseccionaron el enfrentamiento cara a cara entre Arce y Zúñiga afuera del palacio presidencial que desencadenó la retirada del general, ofreciendo una variedad de razones por las cuales el intento de golpe pareció orquestado.
“Fue una especie de teatro”, dijo el general retirado Brig. Omar Cordero Balderrama. “Es la primera vez que veo un golpe militar transmitido en vivo por televisión. Con los golpes de Estado, todo el mundo sabe que lo primero que se toma es el control de los medios de comunicación”.
Los expertos escépticos también han intervenido.
“Después de haber tenido mi propia y breve experiencia como jefe de Estado, puedo decirles que uno no toma un ascensor que baja 16 pisos para charlar con el hombre que trasladó los tanques hasta sus puertas”, dijo Eduardo Rodríguez Veltzé, quien sirvió brevemente como presidente de Bolivia entre 2005 y 2006.
A muchos les pareció extraño que el motín terminara tan bien después de sólo unas horas. Les pareció sospechoso que el jefe de las fuerzas armadas, Gonzalo Vigabriel Sánchez, no estuviera a la vista mientras el caos consumía la capital, y que sólo apareciera después de la destitución de Zúñiga para asistir a una apresurada ceremonia de juramentación de los nuevos designados, en la que el presidente Arce le pidió que permaneciera en su puesto.
“Si hubiera sido un golpe, la presidencia habría purgado las fuerzas armadas”, dijo el coronel Jorge Santiesteban, experto en seguridad boliviana. “El presidente recompensó al comandante en jefe que no hizo nada ante una importante insurrección cometida por su subordinado”.
También fue curioso que la rebelión estuviera liderada por Zúñiga, un leal que debe su posición y alto rango al presidente Arce.
Las fotos de Arce y Zúñiga jugando al baloncesto juntos apenas unos días antes del 26 de junio se difundieron por las redes sociales. Mientras circulaban rumores sobre su estrecha amistad, la miembro de alto rango del gabinete María Nela Prada apareció en la televisión boliviana, sin que nadie se lo pidiera, para decir que los dos no son cuñados.
El escepticismo se alimenta de una profunda desconfianza en las autoridades bolivianas, derivada en parte de las tensiones no resueltas por el derrocamiento del expresidente Morales en 2019 bajo presión militar que desató una represión letal de las protestas por parte de las fuerzas de seguridad.
“A Arce le correspondía hacer reformas que contrarrestaran la impunidad, pero el presidente hizo lo contrario”, dijo Juan Ramón Quintana, ministro de la Presidencia de Morales. “Ha dañado profundamente los procedimientos militares y ha agravado una crisis institucional”.
Tras los acontecimientos del 26 de junio, el expresidente Morales aprovechó la oportunidad para desacreditar a su rival, amplificando las acusaciones contra Arce. Y en un giro irónico, el presidente libertario de Argentina, Javier Milei, se encontró coincidiendo con el socialista Morales, acusando a Arce de inventar el intento de golpe, citando información de inteligencia no revelada.
En una conferencia de prensa a última hora del miércoles, el ministro de Gobierno, Eduardo del Castillo, presentó más detalles sobre lo que describió como un intento real, aunque caótico, de Zúñiga de derrocar al gobierno. También afirmó que Zúñiga había tratado de pulir sus credenciales políticas en las últimas semanas, recorriendo el país y refiriéndose a sí mismo como un «líder planetario».
Al menos 30 personas han sido detenidas en relación con el complot de la semana pasada, la mayoría de ellas en prisión preventiva o bajo arresto domiciliario. Los agentes acusados han ofrecido relatos que han alimentado teorías conspirativas aún más extrañas.
El ex comandante de la Fuerza Aérea Boliviana, general Marcelo Zegarra, dijo a los fiscales que Zúñiga contaba con el apoyo de tres misiones diplomáticas en La Paz: Estados Unidos, la Unión Europea y, curiosamente, Libia.
El país del norte de África no tiene embajada en Bolivia. La secretaria de prensa de la Casa Blanca, Karine Jean-Pierre, dijo el miércoles que había visto “acusaciones falsas” y quería “asegurarse de que está claro que Estados Unidos no tuvo ninguna participación en esto”. La UE no ha respondido públicamente.
Del Castillo dijo que las autoridades no habían encontrado evidencia de participación extranjera.
Cansados por la niebla de relatos contradictorios y la confusión, algunos bolivianos se dan por vencidos y dejan de prestarle atención a todo.
El martes en La Paz, multitudes se congregaron en torno a una enorme masa de 380 kilogramos (838 libras) de carne de cerdo cortada en rodajas y zanahorias encurtidas rellenas de un panecillo gigantesco: el intento de Bolivia de conseguir el récord mundial del “sándwich de chola” más grande jamás elaborado.
“Nuestro cerdo asado con su piel crujiente”, reflexionó una de las asistentes, Sofía Molina, mientras le daba un bocado humeante. “Eso nos representa”.
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DeBre informó desde Buenos Aires, Argentina
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